martes, 24 de marzo de 2009


La verdadera poesía debe estar tocada de humanidad


Por Martha Guarín

Su nombre, que es poesía, se encontró con esa palabra mayor después de ver el mar.

Y fue la muralla, esa que no impide ver ni el más lejano de los amores, la que la arrastró a esa mágica orilla de las letras, a lo profundo, a lo íntimo, a lo fugaz y a la vez de lo que jamás se olvida: la poesía, que es el amor mismo, que llena y da vida.

A Meira Delmar la invade la emoción recordando cómo ese mar que comulgaba con Cartagena la conmovió.

Su voz, que también es poesía, dice que en ese momento era una adolescente y que en un cuaderno escolar de rayas, con lápiz, como hasta hace poco lo hacía, escribió dos poesías, y que fueron las primeras que prácticamente mostró a otros.

Al escucharla no queda más que pensar que ese encuentro con lo bucólico se volvió un ritmo cotidiano, su alma gemela. Y en esa búsqueda y anhelo de expresar sus sentimientos halló, sin proponérselo, la profundidad.

En su libro editado por Uninorte —‘Meira Delmar, prosa y poesía’— están algunos de sus discursos, y le digo que ella hace de todas sus frases y conversaciones una poesía. Ella sonríe como si tuviera enfrente al amor cuando le leo estas líneas de su autoría: “Yo no he hecho más que escribir unos versos, lo que vale tanto como decir: he cortado unas rosas”.

En esta tarde de febrero, nuestra dama de la poesía, la que es Miembro Correspondiente de la Academia de la Lengua, la que su nombre anhelan muchas otras bibliotecas, está recibiendo, complacida, el anuncio de que ha sido creado el Premio Nacional de Poesía con su nombre, por iniciativa de la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer y la Universidad Eafit.

Dice también, en la intimidad de la sala de música de su casa: “Este es un honor que yo agradezco, es la primera vez que yo recuerdo que mi nombre encabeza un premio. Yo no tendré nada que ver con el fallo, pero los organizadores esperan que yo esté en la Feria del Libro de Bogotá. Pienso, si Dios lo permite, que así será”.

Cuando usted recibió el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia dijo: “Con el corazón colmado de silencio palpitante, ruego a todos los aquí presentes aceptar mis manos abiertas, y con ellas mi entrañable amistad”. ¿Qué piensa usted de los premios?, ¿hay que concursar?, ¿en cuántos participó usted?

Nunca mandé nada a concursar, y el verdadero motivo es porque yo siempre he estado como muy aislada, como muy sola, nunca me ha gustado pertenecer a grupos. Creo que poetas, hombres y mujeres, tienen siempre instintivamente motivos para creer en su propia obra, y que todo buen poeta sabe si lo que está haciendo es algo válido. Pero no deja de sorprenderme que cosas absolutamente tontas las escriban personas con alguna cultura y preparación.

Los premios llenan de júbilo, pero pueden generar un falso orgullo o falsa seguridad.

Si se premia algo mediocre le están haciendo mal a la persona. Por eso, cuando me vienen a pedir concepto, con el dolor de mi alma digo la verdad porque yo no sé mentir. No sé si fue porque en mi casa, desde que yo era chiquita, abolieron la mentira y nos enseñaron que mentir era algo gravísimo. Entonces, nunca puedo decir una mentira, ¡qué pecado!

¿Cuál es su consejo para quienes escriben poesía?

Les digo que se acerquen a alguien de su amistad sincera y muestren sus trabajos. Pero, además, que sea una persona entendida en materia literaria. Es que cuando uno se acerca a un verdadero amigo, uno espera que le diga la verdad, y esa persona le dirá si hay materia prima en esos ensayos.

La primera persona que vio sus poemas fue su hermana Alicia. Pero también se los envió a la gran poeta uruguaya Juana de Ibarbourou.

Así es, yo no recuerdo quién me dio la dirección, y yo le envié una cartica muy tímida, y no voy a negar, quien recibe una respuesta de una cumbre como ‘Juana de América’, como la llaman, es un honor. Mantuvimos correspondencia y fuimos amigas por largo rato. El comentario inicial de ella fue el siguiente: “Acuérdese siempre de esta profecía: si no se deja copar por las cosas de la vida, si le es fiel a la poesía, será usted uno de los grandes valores líricos de su patria y de América”. Y claro, yo me sentí coronada.

A su juicio, ¿la poesía se construye con imaginación, con sentimiento, con conocimiento?

Yo diría que la poesía, la que verdaderamente merece ese nombre, siempre debe estar tocada de humanidad. El que escribe poesía, y aunque no lo quiera, o trate de evitarlo, siempre tendrá el reflejo de quien es. La poesía es el reflejo de quien escribe.

¿Qué opina de la poesía erótica?

Bueno, es sumamente peligrosa, porque si no tiene capacidad de decirlo con delicadeza y finura puede caer fácilmente en lo pornográfico. A mí me disgusta cuando encuentro poesía escrita por mujeres que creen escribir de manera audaz y caen en la nota pornográfica. Toda poesía debe tener buen gusto, ese es un ingrediente esencial.

¿Cómo hace y cómo hizo Meira para escribirle al amor, si ya el amor no está?

Yo creo que cuando el amor no llegó es cuando más se le escribe.

Por ejemplo, como ese poema suyo que tituló ‘Alba de olvido’.

No fue fácil enamorarme para mí, porque yo veía en el colegio a compañeras de 13, 14 años y todas tenían novio, y yo no. Pero llegó el momento en que conocí a una persona, y no me vas a preguntar el nombre porque sabes que no lo voy a decir, y no lo voy a decir porque él se casó, tuvo una familia muy hermosa, tuvo muchos hijos, y yo de ninguna manera puedo decir su nombre. Me quiso. Yo sé que me quiso. Eso lo sabe, pero no vivía en Barranquilla. Así que nos conocimos, ya él estaba de novio para casarse. De inmediato, cuando supe que él estaba de novio, fui su amiga, el poco tiempo que él estuvo acá. Se fue y seguimos escribiéndonos un tiempo, y él realizó su vida y para mí fue el único gran amor.

Imagino que tuvo muchos pretendientes.

Después tuve simpatías, pero el amor, amor, fue ese. Y tuve, como toda muchacha, varios pretendientes, de esos que la familia le dice a uno: “A ti que te encanta viajar, ese fulano te llevaría por el mundo entero”. Pero yo respondía: no me voy a casar sin querer. Pero tal vez, gracias a la poesía, aquello no me amargó la vida, nunca tuve amargura por no haberme casado.

¿La poesía llenó el breve y el gran espacio que se necesita en la vida con respecto al amor?

Así es. Yo veo que hay quienes se casan no porque estén enamoradas, sino porque encuentran buenas personas, y a lo mejor hacen bien, porque no van a tener soledad en su vida. Pero gracias a Dios tengo una familia, tengo mis sobrinos que me quieren, no como una tía sino como si fuera una mamá. Entonces no me he sentido sola, abandonada, y tengo a mis amigos, que son verdaderas joyas y excepciones en cuanto a la amistad.

¿Qué le faltó para alcanzar el amor?

Audacia. Eran otros tiempos, uno no daba el primer paso. Si me hubiera lanzado, mi vida fuera distinta.

Por eso ese poema suyo que dice: “Tú me crees de piedra y soy arcilla blanda; modélame a tu antojo, escóndeme en tu alma”.

Sí, pero no me arrepiento.

* Tomado de El Heraldo de Barranquilla - Marzo 19 de 2009 - Edición 24.675

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